viernes, 8 de julio de 2011

Otra Vez Arden las Vanidades

La película Hoguera de las Vanidades, que muchos posiblemente disfrutaron en 1990, basada en la novela de Tom Wolf, describe las tropelías políticas, la ambición, los afanes por trepar en las más altas clases sociales y la codicia propias del Wall Street de los ‘80s.
Apenas han pasado once años de aquella película, cuando hoy en día el mundo retumba nuevamente en todas partes producto de los excesos económicos encubiertos por la política, la ambición, la codicia y el afán de trepadores sociales por llegar rápidamente a una posición conseguida con riquezas mal habidas. Aparenta que el trabajo de años de cientos de hombres y mujeres, que lograron levantar decentemente empresas grandes, medianas y pequeñas en el mundo, no es la imagen a imitar sino que el enriquecimiento rápido sin escrúpulos se ha convertido en un paradigma que los nuevos ricos al vapor exhiben sin la menor vergüenza.
La corrupción golpea a diestra y siniestra. Una bola imparable. Tanto así que vivimos con ella diariamente y hemos llegado a pensar que es imbatible.
No creo que sea así. Por todas partes están surgiendo movimientos de protesta pacíficos pero puntuales. En algunos lugares con más fuerza que en otros pero que constituyen la reserva moral de la humanidad. Que puedan triunfar o lograr detener la corruptela es difícil de predecir pero su presencia al menos nos deja cierto aliento de que todavía queda espacio para respirar aire puro.
En nuestro artículo anterior hablamos del movimiento 15M en España pero este es solo la punta de un inmenso iceberg sostenido por movimientos sociales que se esparcen por el globo. En el 1912 surcó el océano el considerado más perfecto navío que pudo construir la ingeniería de la época. Se llamó el Titanic y se le llamó el insumergible. La prepotencia fue tan grande que ni siquiera lo bautizaron como es la costumbre. El cruce del Atlántico en su primer viaje terminó en una tragedia que aun repercute en el cine, en investigaciones y sigue siendo tema de conversación un siglo después. Solo para recordar que, nada es imposible.
Mientras tanto en el escenario global, luce que el mundo necesita oír y practicar las palabras del Juez Leonard Whit, personaje puntual al final del film, Hoguera de las Vanidades, cuando se dirige a la pandilla de trúhanes de saco y corbata diciéndoles: “Déjenme decirle lo que es la justicia. La justicia es la ley. Y la ley es una débil intención del hombre para establecer los principios de la decencia. ¡La decencia! ¡Y la decencia no es un contrato, no es un punto de vista, o un acuerdo, o una moda! La decencia ... la decencia es lo que su abuela les enseñó. ¡Está en los huesos! Ahora váyanse a casa. Váyanse a casa y sean personas decentes. Sean decentes”.
Esperamos que brille la decencia. Es nuestra aspiración de hoy.

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