lunes, 6 de septiembre de 2010

Costumbres que desaparecen y efectos en la sociedad del siglo XXI

El Santo Domingo de los 60s era una ciudad de algunos 300,000 habitantes y relativamente pequeña. Era tan pequeña que las horas de entrada al trabajo de los empleados del estado se avisaban por la sirena del cuerpo de bomberos ubicada cerca del centro de la ciudad. Así escuchábamos el pito de las 7AM y de las 2PM como horas de entrada y salida del trabajo. También sonaba a las 12 del mediodía (como aviso de hora de almuerzo) y a las 6PM como aviso del fin de la faena diaria para prácticamente todo el mundo. Así de villorrio éramos. El transporte a las escuelas se realizaba en autobuses con capacidad para algo menos de 50 estudiantes, algunos alumnos utilizaban bicicletas, otros iban a pie y unos pocos en vehículos privados. Los tapones prácticamente no existían. El transito fluía sin mayores problemas. Las actividades extramuros como los deportes eran desarrolladas en las calles o en los solares vacios que abundaban en los vecindarios. Otras actividades como música o teatro podían ser realizadas en escuelas de fácil acceso.
El almuerzo se celebraba en familia y era una hora sagrada. Padres e hijos se sentaban alrededor de la mesa a disfrutar de la comida. Durante la misma se intercambiaban impresiones de la escuela y de la cotidianidad. Podemos decir que el intercambio familiar era una vía para educar en los buenos modales, transferir valores, orientar y corregir comportamientos que violaran las normas de la buena educación.
Las madres se dedicaban únicamente a las labores del hogar (salvo casos excepcionales). Supongo que en las estadísticas dominicanas de aquellos tiempos, el rubro Ama de Casa debió haber tenido un peso significativo.
Ayer reunido con colegas de una generación más joven (y lo que me motivó a escribir este artículo) conversábamos del tema almuerzo y otras costumbres que van despareciendo. Estas jóvenes profesionales trabajan en horarios normales porque con el advenimiento de la liberación femenina, las mujeres se han capacitado a los mismos niveles que los hombres. Además, les ha tocado vivir en una ciudad de casi 3 millones de habitantes, con una extensión 3 ó 4 veces mayor que la que le correspondió a mi generación. La flota de vehículos de la ciudad se ha quizás multiplicado por 100 o más. Al desaparecer en las escuelas el transporte masivo por autobuses se ha complicado a los padres el transporte de sus hijos. Las actividades extramuros, principalmente los deportes, también son un dolor de cabeza por las distancias de hoy. Las colegas, que aun tratan de mantener la costumbre de almorzar al mediodía con esposo e hijos, me contaban del problema de ir a las casas luego de recoger los hijos en la escuela por el intenso tráfico en las calles. Algunas han desistido del tradicional almuerzo y con mucha pena se han visto obligadas a solo recoger los hijos y dejarlos en las casas al cuidado del servicio domestico.
Todo esto me llevó a reflexionar sobre el impacto en las costumbres, pero más aun en el efecto final sobre las generaciones que han ido creciendo en un mundo, donde no solo desaparece el almuerzo en familia con sus consecuencias, sino que las tareas de los hijos son realizadas o solos o en salas de tarea o lo que es aún peor, bajo la dirección del personal del servicio en las casas quienes en abrumadora mayoría carecen de base académica alguna.
Pienso que de todo esto la transferencia de valores de padres a hijos se ralentiza y, se substituye por valores traspasados por los programas de televisión, por domesticas y por amigos cuya influencia puede ser perniciosa. Estamos en medio de un serio problema social que demanda acciones de la comunidad en término de evaluar el horario de las escuelas, de las oficinas, la creación de áreas infantiles cerca de los centros de trabajo y otras decisiones que faciliten el desenvolvimiento social de los hijos.
Sin embargo, de donde menos se esperaba surge una opción con sus ventajas y desventajas.
En nuestro país y creo que en toda Latinoamérica y en España (hace unos meses tuve la oportunidad de ver en la tv española un documental sobre el tema) ha tomado cuerpo el rol de los abuelos. Una vez se les consideraba unos viejitos que se visitaban algunos fines de semana, y que en sus mecedores hablaban a veces sobre historias que repetían y repetían. No obstante, estos “viejitos” de hoy cuentan con grados académicos sobresalientes, están alertas en tecnología y acontecimientos del mundo, hablan más de un idioma, han viajado a otros países y disponen de tiempo marginal para compartir la responsabilidad de transferir valores y costumbres sanas a los hijos de sus hijos. Las jóvenes parejas entonces acuden a estos hombres y mujeres para que se encarguen de las horas de la tarde incluyendo almuerzo y tareas. De repente dejan de ser aquellos viejitos de antaño para convertirse en una especie “padres” de la tarde. Esto es conveniente siempre y cuando los abuelos entiendan que realmente no son padres y que a última hora lo que impera es la decisión de los padres de sus nietos. De otra forma los conflictos surgirán y la solución pudiera convertirse en un problema de pareja.
Sea como sea la solución, lo cierto es que la sociedad está cambiando y las fuerzas que la sostienen deben explorar como conjunto alternativas que permitan a largo plazo el desarrollo integral y sano de las nuevas generaciones.
Sin duda hay mucho trabajo por delante para psicólogos, sociólogos y para antropólogos.
Mientras tanto, ¡disfruten de este fin de semana!

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