martes, 27 de abril de 2010

Cacofonia Infernal

Cada vez que circulo en mi vehículo por las avenidas y calles de la ciudad de Santo Domingo en la República Dominicana acumulo nuevas experiencias. Además de sorprenderme por el caos del movimiento vehicular en esta ciudad, es infernal sufrir el ruido causado por las bocinas y el desasosiego causado por los mismos alcanzando niveles prácticamente insoportables. Por un lado las bocinas son empleadas por choferes de los vehículos del transporte público para avisar de su servicio a los posibles pasajeros. Con la creciente cantidad de vehículos públicos que ruedan por esta ciudad Usted podrá imaginarse la cacofonía que tenemos que padecer los demás conductores, peatones y residentes de las áreas aledañas. Por otro lado, los conductores de vehículos privados también utilizan la bocina con fruición infringiendo con total desparpajo las leyes de tránsito más elementales.
Hace unos días tuve una experiencia muy particular. Ese día una señora venia conduciendo un vehículo blanco, no recuerdo la marca, pero era un SUV y si Usted conoce la ciudad de Santo Domingo podrá medir el espacio entre la Avenida George Washington (que bordea el Mar Caribe) hasta la calle Pedro Henriquez Ureña más hacia el norte de la ciudad. En todo ese trayecto de posiblemente más de un kilometro, la conductora en cuestión mantuvo presionada la bocina con intervalos de algunos dos o tres segundos. Tal parece que tenia o mucho apuro, o era su primer vehículo y estaba probando la bocina o simplemente quería que se dieran cuenta que ella era propietaria de un SUV. Lo cierto es que todo el que estuvo expuesto a esa falta de conciencia ciudadana miraba con espanto a la escandalosa señora y algunos le gritaron improperios pero la dama continuó majestuosamente con su desaforada exhibición.
Mientras tanto también se da el caso de otras bocinas y estas son las de supuestos ministros de iglesias que propagan a todo volumen sus mensajes por altoparlantes que como bocas gigantescas buscan agregar un aire de insólita religiosidad que se supone más efectiva en los templos de oración. Imagínense entonces el caldero de las calles y avenidas. No menciono a los vendedores ambulantes en las esquinas porque ese episodio merece de otro artículo.
Al tiempo que los niveles de stress continúan incrementándose entre la gente, aparenta no existir un programa serio de educación y de prevención en las calles de Santo Domingo en el cual se concientice sobre los efectos perniciosos de la contaminación acústica.
¿Quién le pondrá el cascabel al gato?

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